LA POESÍA DESDE 1939 HASTA NUESTROS DÍAS

La poesía de 1939 a 1980

 

1) Introducción

2) Contexto histórico

a. El franquismo

b. El exilio

c. La censura

3) Años 40

a. Poetas arraigados: Dionisio Ridruejo, Luis Rosales

b. Poetas desarraigados: Dámaso Alonso

c. Otras tendencias: Postismo

4) Años 50

a. Poesía social: Blas de Otero, Gabriel Celaya, José Hierro

b. Tendencia intimista: Carlos Bousoño

5) Generación del medio siglo: Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Claudio

Rodríguez...

6) Los novísimos: Pere Gimferrer, Félix de Azúa...

7) Últimas tendencias:

a. Poesía de la experiencia: Luis García Montero, Jon Juaristi

b. Poesía neo vanguardista: Miguel Casado

8) Cierre

 

La poesía de 1939 a 1975

La Guerra Civil deja un panorama desolador en las letras españolas. La rica

efervescencia cultural de los años 30 da paso a unos duros años en los que los mejores

autores están muertos (Lorca, Unamuno, Valle-Inclán) o exiliados (Alberti, Guillén,

Cernuda. León Felipe...) o en el denominado exilio interior (Aleixandre). A esa dolorosa

ruptura hay que sumar el aislamiento internacional en que nos sumergimos y la censura,

no demasiado férrea en el caso de la poesía, para completar un panorama realmente

triste.

La primera generación tras la guerra, conocida como “del 36”, la forman autores

como Luis Rosales (“La casa encendida”), Dionisio Ridruejo (“Cuadernos de Rusia”) y

otros y surge en torno a las revistas Escorial y Garcilaso. Son poetas que han luchado

en el bando nacional y al menos en un primer momento cultivan una poesía clasicista y

serena, que tiene a España y a Dios como protagonistas. Pero en 1944 se publica “Hijos

de la ira”, de Dámaso Alonso, que va a dar lugar a una corriente de poesía denominada

“desarraigada”. El verso libre, las imprecaciones a Dios y un tono desesperado son sus

rasgos más llamativos, con los que buscan expresa una angustia existencial imposible de

desligar de la difícil circunstancia histórica que estaban viviendo. Poetas desarraigados

hay que considerar también a Miguel Hernández (lo poco que pudo escribir tras la

guerra) y a Blas de Otero.

Este último va a ser una importante figura de la importante corriente que se va a

iniciar en los años 50, la llamada “poesía social”. Sus autores conciben la poesía como

un instrumento para la denuncia y el compromiso, una herramienta para transformar el

mundo y despertar las conciencias ante la Historia. Es una poesía dirigida al pueblo, “a

la inmensa mayoría”, así titulará Blas de Otero una de sus obras. Cultivan por lo tanto

un lenguaje claro, unas formas accesibles, un mensaje nítido. Gabriel Celaya, autor en

 

“Poemas iberos” del poema “La poesía es un arma cargada de futuro” será también en

estos años uno de sus máximos exponentes. Se pueden incluir aquí otros nombres como

los de José Hierro o Carlos Bousoño.

Esta poesía, que dominará el panorama literario unos años, va perdiendo vigencia al

final de la década. Es entonces cuando surge una nueva generación, que unos llaman del

medio siglo y otros de los 60, que publican sus primeros libros dentro de la estética de

la poesía social, pero que pronto derivarán en un intimismo menos altisonante. La

poesía que se entendía como un mero acto de comunicación pasa a ser un ejercicio de

conocimiento, de autoconocimiento del poeta. Hablamos de autores como Ángel

González (“Áspero mundo”, “Sin esperanza, con convencimiento”), Jaime Gil de

Biedma (“Compañeros de viaje”, “poemas póstumos”), Claudio Rodríguez (“Don de la

ebriedad”), quienes además de una sincera amistad, comparten algunos rasgos: tono

conversacional, presencia de anécdotas cotidianas de las que saben hacer surgir temas

universales, y sobre todo una actitud moral ante la poesía.

Hacia finales de los 60, sin embargo, surge otro grupo de poetas que van a suponer

un giro radical respecto de la generación anterior. Son conocidos como “los novísimos”,

por la Antología de José María Castellet publicada en 1970, “Nueve poetas novísmos” y

pese a su mucha diversidad se pueden reconocer rasgos comunes como el culturalismo,

el desdén por la poesía moral de la generación anterior, una vuelta a la experimentación

vanguardista, sobre todo al surrealismo, que se traduce en unos textos más herméticos y

difíciles, el cosmopolitismo de sus fuentes, que ya no son la anterior poesía española,

sino toda, desde la clásica hasta la europea más contemporánea, además de otras como

el cine, los mass media y hasta el cómic. Hablamos de autores como Pere Gimferrer

(“Arde el mar”), Gillermo Carnero (“Dibujo de la muerte”) o Leopoldo María Panero

(“Así se fundó Carnaby Street”).

A partir de aquí, las últimas tendencias a partir de los años 80 son aún de difícil

descripción por falta de perspectiva y por su heterogeneidad. Podemos advertir algunas

como la poesía experimental de Jenaro Talens, el clasicismo de Luis Antonio de Villena

o la denominada poesía de la experiencia de Luis García Montero.

En definitiva, se trata de un panorama muy interesante que abarca el largo y casi

siempre penoso periodo dominado por el Franquismo y luego la Transición en el que

han surgido sucesivos grupos de poetas con estéticas muy personales y con rasgos

comunes que, a medida que se acercan más a nuestro presente, son más difíciles de distinguir.